Mi maestro Rafael Alvira ha reflexionado en sus múltiples escritos sobre aquella idea filosófica que dice: así como hay una exterioridad, hay una interioridad. La vida del ser humano, en efecto, cuenta con su dimensión externa, visible y física, que se encuentra frente a los demás desde una cierta racionalidad cultural. Pero también, somos conscientes de nuestra dimensión interna, psicológica y espiritual, de la cual somos exclusivamente partícipes, sin dejar de ser un misterio para nosotros mismos, y mucho más para los demás.
Me parece que nos ha llegado el momento de recordar que el aspecto exterior de la vida humana es de gran amplitud y relevancia, pero a la par, hemos de aceptar que nuestra vida interior reclama nuestra igual atención. En la actualidad, estamos enfrentando los grandes retos que nos ha planteado la crisis pandémica, que de algún modo nos remonta a los años 70, cuando comenzó a dialogarse sobre la relación entre nuestra vida más interior –doméstico-familiar– y la vida más externa –social-profesional.
En aquel entonces, el emergente mercado laboral esperaba ansioso ser construido desde una correcta articulación entre lo propiamente masculino y lo propiamente femenino. Dicha articulación, representó un gran reto en lo referente al mundo corporativo, como los señalan constantemente los gurús de la conciliación familia y empresa.
Sin embargo, la vida doméstica no evolucionó con la misma rapidez e intensidad. Me parece que aún estamos esperando generar los criterios suficientes para poder estudiar a fondo el hogar familiar, a fin de entender con claridad lo que allí se está “gestando”. No son pocas las instituciones, think tanks, o revistas académicas donde se está hablando en estos términos, como por ejemplo el Home Renaissance Foundation en Londres.
No obstante, por ahora, el hogar familiar no goza de buena fama. En la cultura occidental, con sus diversas ramificaciones, éste es entendido como un espacio necesario pero hasta cierto punto sospechoso, no por culpa del hogar en sí. Esto se debe a que ciertas ideologías de inicios del siglo XX comenzaron a florecer con una nueva fuerza en el periodo de la postguerra (principalmente el feminismo), en una época en la que una cantidad importante de varones dejaron huecos insustituibles en el hogar familiar por causa de guerras mundiales y revoluciones devastadoras.
Las esposas-amas de casa, mientras tanto, asumieron una doble función: mantener la cohesión interna de la vida doméstica y, en un momento dado, ejercer funciones laborales fuera del hogar ante la ausencia de los varones. Esta situación fue indudablemente necesaria y buena desde cierto punto de vista, dado que la maquinaria empresarial y social tenían que seguir funcionando.
El problema vino después, cuando los varones volvieron a casa después de dos conflictos bélicos mundiales, habiendo visto toda clase de atrocidades, totalmente trastornados y desubicados. Quizás la principal dificultad que sufrieron muchas familias fue volver a entender los dos pilares de la vida doméstica: la diferencia entre hombre y mujer, y la diferencia entre adultos e infantes, a los cuales ya no pudieron adaptarse con facilidad. A esto se añade que muchos varones (y mujeres también) volvieron de la guerra con algunos vicios y adicciones (e infidelidades) que marcaron sus vidas para siempre. Como es lógico, esta problemática implicó un estrés sin precedentes en la vida doméstica, y de igual modo, en la “nueva” cultura.
Me parece que en la actualidad seguimos acarreando las dificultades generadas por este “trago de amargo licor” que todos tuvimos que tomar súbitamente. ¿A qué me refiero?: el hogar familiar es ahora visto como una estructura “pequeña” que ha de servir exclusivamente para que sus miembros florezcan social y profesionalmente en el gran orbe, y nada más. Lo propiamente doméstico, es decir, todas las actividades que integran la vida familiar, poco a poco, fueron entendidas como una especie de campo de concentración confortable, generador de parásitos sociales, carentes de una identidad propia, siendo la mujer su principal víctima.
¿Qué hacer con ese espacio siniestro que es el hogar? Se llegó a la conclusión de que no se puede prescindir de él, al menos de su dimensión material, pues todos necesitamos un lugar donde habitar que dé razón al consumo. Sin embargo, se ha de hacer lo posible por que la vida doméstica no sea un impedimento para que sus integrantes puedan ir a las periferias y construir “un mundo mejor”. Del hogar familiar, en definitiva, hay que cuidarse: no sea que nos sintamos muy cómodos y queramos permanecer en él y olvidarnos del mundo entero. Así se piensa ahora.
Cuando escucho ideas así, he de aceptar que desconecto completamente de la conversación, pues ahora que soy esposo y padre de familia de cuatro hijos, he dejado de entender a qué se refieren con esa noción feminista sobre el hogar… Repito: campo de concentración. ¿Por qué el hogar es un espacio del que tenemos que huir o temer? En tiempos de pandemia, que muchos piensan que algún día volveremos a la vida que teníamos antes, será importante reflexionar sesudamente lo que es la vida doméstica.
Rafael Hurtado, PhD.
Departamento de Humanidades
Universidad Panamericana, Campus Guadalajara
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