Autora: Susana Ochoa
A estas alturas de la pandemia y de la crisis social que esto representa, ha quedado manifestada de distintas formas la importancia de la responsabilidad personal en la participación ciudadana y en la construcción de la paz. No obstante, a pesar de las múltiples señales de cuidado y autocuidado, seguimos tomando decisiones que nos afectan y afectan a otros. Es válido preguntarse: ¿por qué no entendemos esta premisa? ¿qué es necesario para que seamos un pueblo ‘civilizado’? Dividiré esta breve alocución en dos partes; en la primera explicaré las tres razones que pretenden contestar estas sencillas preguntas, y en la segunda justificaré el título.
Nos cuesta mucho trabajo pensar que las acciones de otros dependen de las nuestras, después del modernismo y la preeminencia del individualismo a la Sabina – yo, mi, me, conmigo – desmembramos a ese sujeto de la conciencia del impacto social de sus decisiones. No da lo mismo que yo sea un desgraciado, trepador profesional, deshonesto y utilizador de relaciones de supuesta amistad, que por el contrario sea un hombre honesto, trabajador, que no me quede con nada que no haya ganado justamente y que sea prudente en sus decisiones. Aquí la diferencia es la autojustificación. Hay un libro de Daniel Goleman que se llama ‘La psicología del autoengaño, el punto ciego’ y aquí radica precisamente el punto toral. Somos expertos en autoengañarnos y justificar que el hecho de que me haya quedado con dinero ajeno ‘es justo’, ‘me lo merecía’. Cuando dejamos de regirnos por principios universales, no vemos el enorme riesgo de sujetarnos a tantas interpretaciones de los principios. ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es ser honrado? ¿Qué es ser civilizado? ¿Dónde están los límites?
Para eso existen las normas, podríamos pensar; pero hay un mundo de posibilidades que implican decisiones personales que exceden esas normas y es allí precisamente donde ‘nos aprovechamos’ y transgredimos allí donde nadie ve. Son precisamente el millón de decisiones de ese tipo las que hacen la diferencia. ¿Qué nos hace actuar ambiguamente allí?
Primeramente, la convicción de que ‘el poco daño que hacemos no significará nada’. Expertos en juzgar a los demás 10 kilómetros por encima de lo que nos juzgamos a nosotros mismos; pensamos que un poco de basura, pagar por un proceso para obtener canonjías o prebendas, entre otras acciones, no tienen ningún impacto en el resto del mundo. De toneladas de basura está lleno el océano, y no me imagino a nadie que haya reunido su basura de todo el mes para ir a vaciarla en su próxima visita a la orilla del mar; esto lo hemos ido construyendo poco a poco, con una suma de ‘no pasa nada’ cada uno ha ido dejando una botella, un empaque, un plástico sujetador de latas o alguna cosa así. Todo porque en ese momento nadie lo ve, o no se notó. Hay un documental extraordinario que se llama Dishonesty, la verdad sobre las mentiras de Dan Ariely. Allí queda demostrado que hace mucho más mal la pequeña rapiña, incluso en impacto económico, que los grandes fraudes. La responsabilidad civil ES PERSONAL. Lo que yo hago mal, esa pequeña basura, esa pequeña mentira ME HACE DAÑO A MÍ, porque me convierte en esa masa informe de mediocridad que va haciendo daño sin hacerse responsable de sus actos, y además obvio, genera un caos social porque dijera Facundo Cabral, hay que tenerle miedo a los pusilánimes, porque SON MUCHOS.
En segundo lugar, por alguna extraña razón, hacemos oídos sordos de letreros, advertencias, señalamientos. Pensamos que quienes pusieron los letreros no tenían otra cosa qué hacer, que seguramente se meten demasiado en la vida de los demás o algo así además – esto me lo han comentado algunas personas – ¿Para qué regulan lo inevitable? Es decir, anuncios tipo ‘prohibido pisar el pasto’ no significan para ellos ninguna limitación y es que hemos perdido la concepción de la propiedad privada. Para que ese pasto esté verde, fresco y florido hay alguien que lo riega, lo nutre, lo corta y lo cuida y quien seguramente puso el letrero con la ilusa pretensión de que la gente lo respete, pero no es así. El ser humano moderno autárquico y suficiente decide por sí mismo a qué letrero hace caso y a cuál no, con una especie de despotismo hacia lo ajeno, realmente admirable. ‘A mi nadie me dice lo que hago o no, además – volviendo al punto anterior – ¿qué daño puede hacerle mi piecito encantador a este magnífico pasto?’
Finalmente un tercer aspecto se basa en que pensamos que surgirá mágicamente otra persona que sin cobrar, sin discutir y sin nada, cubrirá las consecuencias de mis impertinencias sociales. ‘Que lo limpie otro’ para eso hay barrenderos, jardineros, etc., pagados por ‘mis impuestos’. Hay un libro excelente que se llama ‘Tiende tu cama’ de William MacRaven que afirma que si todos nos hacemos cargo de nosotros mismos CAMBIAREMOS EL MUNDO. Si tiraste, recoge, si rompiste, arregla, si ensuciaste, limpia…
Todos estos cuestionamientos me surgieron caminando por las mañanas con mi hermosa Nala, una perra Husky que ha de caminar 4 kms diarios que me invita cariñosamente a acompañarla. La zona en donde vivo está inundada de vecindades con guardia que a la luz se llaman cotos residenciales en donde ‘se supone’ que vive gente educada. Hay dos indicaciones bien sencillas para que todos los amantes de los perros y los demás podamos convivir amigablemente:
1) No saque a su perro sin correa.
2) Recoja las heces que su perro por instinto vaya soltando en el camino.
Me sorprende que hay cantidad de evidencias a lo largo de mi trayecto (heces de perro) allí abandonadas, como monumentos a la indiferencia social, que con su forma grotesca nos vuelven a recordar que el dueño del perro pensó que ‘no pasaba nada’, ‘que otro lo limpie’ o cualquiera de las razones que expongo a lo largo de esta reflexión. Entonces me pregunto: ¿ésta es la gente educada de la ciudad? ¿Qué nos espera? Un amigo me dijo cuando verbalice esta inquietud con él que el problema es que no nos multaban por ello… Entonces me dio más tristeza aún porque comprendí que aquella frase de que tenemos el gobierno que merecemos era absolutamente cierta, porque en lugar de autorregularnos, estamos pretendiendo que crezca el aparato de gobierno para que nos multe por las decisiones que no podemos o no queremos tomar… Pero ante todo este panorama que parece desolador, me devuelve la esperanza que habemos unos cuantos locos que vamos en sentido contrario, que cargamos con nuestras bolsas biodegradables y vamos recogiendo lo que defecan nuestras mascotas, los llevamos con correa y procuramos que no atemoricen o inquieten a las personas que deambulan por donde mismo. Esa es la invitación, a que esos locos seamos cada vez más, para que en lugar de que los extraños seamos nosotros, vayamos arrinconando o evidenciando a los parásitos sociales. Por eso, ‘Si tu perro se hace, ¡tú no te hagas!’.
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